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EEUU is back motherfucker

Alberto del Barrio | 2 Marzo 2021
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Me gustaría abrir este artículo de opinión con un pequeño homenaje al gran actor Samuel L. Jackson. Y es que creo que no hay mejor expresión para definir la vuelta de América al panorama bélico internacional, tras los recientes bombardeos en Siria. We are back motherfucker.  ¿Pensabais que la llegada del partido demócrata al poder inauguraría una década de paz y entendimiento mundial? Estabais equivocados. 

El último presidente demócrata, Barack Obama, flamante Nobel de la Paz, ya nos enseñó cómo el llevar a cabo un discurso progresista en el interior era completamente compatible con la agresiva estrategia imperialista norteamericana en el exterior. Durante su mandato, Obama apoyó activamente a los grupos rebeldes sirios, que más adelante formarían el Estado Islámico, sumiendo a este, anteriormente próspero país, en una sangrienta guerra civil que ya se prolonga casi diez años (Véase artículo Siria). De igual forma, fue el garante de la alianza internacional impulsada para intervenir en Libia y expulsar a Gadafi del poder. Todo un éxito de hecho. Con Gadafi muerto, las tropas internacionales podían retirarse, dejando tras de sí un cruento conflicto interno todavía sin solucionar (Para profundizar véase conflicto Libia). Finalmente, y por no alargarme puesto que el número de conflictos de EEUU esos años daría para mucho más, Obama incumplió su promesa de retirar las tropas de Irak y Afganistán, algo que, con los años, terminaría llevando a cabo su caricaturesco sucesor en el cargo, Donald Trump. 

El legado de Obama fue defendido de nuevo por el partido demócrata durante las elecciones presidenciales de 2016. La entonces candidata, Hillary Clinton, no tuvo problema en mantener la postura belicista en oposición a Rusia o la defensa militar de los intereses estadounidenses en todo el mundo. Sin embargo, su derrota abrió una nueva senda en política internacional por la que trascurrirían los años de Trump.  

A grandes rasgos, la actuación de Trump en materia internacional se ha caracterizado por la distancia entre su discurso, altamente incendiario y lleno de bravuconadas, y la práctica. El Make America Great Again curiosamente ha consistido en la retirada de los contingentes militares de Irak y Afganistán, o la progresiva retirada del apoyo estadounidense a sus anteriores aliados rebeldes sirios, así como al machacado pueblo kurdo. Cuidado, que con esto no tenemos la intención de blanquear el fascismo de Trump. Sus políticas internas, así como su ideología, son revulsivas y un peligro para las “democracias”, como pudimos comprobar en los altercados en el Capitolio del pasado mes de enero. 

Sea como fuere, los hechos sucedidos en el Capitolio fueron los últimos coletazos de una legislatura enigmática en la que un bufón, multimillonario, y extremadamente ególatra, tuvo en sus manos el arsenal nuclear más grande del mundo. Qué guay la democracia ¿no? 

Ahora eso es pasado. Biden ha inaugurado un gobierno “progresista” donde la igualdad de género y la visibilidad racial son marca de la casa. Políticas de inmigración más relajadas, apostar tímidamente por lo público y algo de sensatez, harán fácil marcar las diferencias con su predecesor en el cargo en política interna.

 

Es por ello por lo que la opinión pública se vio sorprendida el pasado viernes ante el anuncio del gobierno norteamericano de un nuevo bombardeo, después de mucho tiempo de no intervención, en territorio Sirio. Este hecho sin duda marca el inicio de esta legislatura en la que la intervención estadounidense en materia internacional, como ya fue en época de Obama, será tónica habitual. No obstante, no debería extrañarnos esta decisión, no olvidemos que Joe Biden, a lo largo de su dilatada carrera política, votó a favor de causas tales como el bombardeo de Yugoslavia en 1999, la invasión de Irak en 2001-2002, o el apoyo a los rebeldes sirios en 2011. 

 

¿Demasiado pronto para pedir el Nobel de la Paz?

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